lunes, 9 de enero de 2012

LOS HUÉSPEDES SILENCIOSOS


-"En el organismo humano hay aproximadamente dos kilos de microorganismos. Lejos de ser un incordio, los microbios llevan millones de años habitando nuestro cuerpo, haciendo funciones esenciales para nosotros"-

Por: Michele Catanzaro.
 El cuerpo humano es un planeta. Sus habitantes son millones de ácaros, hongos y bacterias que viven en la nariz, la boca, los genitales, la piel y, sobre todo, en los intestinos. En un individuo adulto, el conjunto de microbios pesa aproximadamente dos kilogramos: mas o menos, como un órgano. De todas las células del cuerpo, sólo una de cada diez pertenece al organismo humano: las otras nueve son de microbios. Tras leer estos datos, uno puede sentir cierta sensación de malestar. No hay limpieza, por radical que sea, capaz de acabar con los organismos que habitan en nuestro cuerpo, para los cuales somos un perfecto ecosistema.
Por otra parte, tampoco sería aconsejable deshacerse de la mayoría de los huéspedes que llevamos encima. En los últimos años, los científicos han descubierto, que las bacterias, por ejemplo, nos hacen mucho servicio. La disminución de su presencia puede llevar a disfunciones del sistema inmune y quizás a algunas enfermedades.

Una guerra con efectos colaterales.
Y es que los científicos han comenzado a sospechar que la enorme difusión en la últimas décadas de alergias, obesidad y algunas enfermedades del sistema inmunitario, podría explicarse a través de un posible desequilibrio en la población de bacterias que nos habitan. Según esta idea, el estilo de vida moderno sería responsable de una paulatina reducción a la exposición natural a estos seres, aumentando nuestra susceptibilidad a alguna disfunciones.
Pongámonos en antecedentes. En 1848, Inglaterra y Gales fueron los primeros lugares en proporcionar a sus ciudades agua potable y sistemas de alcantarillado. Hacia finales del siglo XIX se introdujeron las vacunas y durante la primera mitad del siglo XX se difundieron los antibióticos y los antisépticos. Todas estas medidas contribuyeron a  levantar una barrera entre humanos y bacterias, con beneficios evidentes. Al fin y al cabo, antes de 1848, la mitad de los recién nacidos no superaban las primeras semanas de vida, según la clase social, variaba entre los 15 y los 35 años. Hoy, en cambio, la mortalidad infantil no llega al 6% en la mayoría de los países del mundo y la esperanza de vida supera los 70 años. Así que no cabe duda de que las bacterias -algunas de ellas- han sido enemigos mortales de la humanidad, y la lucha contra éstas nos a repercutido muy favorablemente.
Sin embargo, es posible que en esta guerra estén pagando justos por pecadores, según alerta Francisco Guarner, junto con otros muchos investigadores. Este médico jefe de sección del Servicio de Apartado Digestivo del Hospital del Vall d'Hebron de Barcelona, es miembro del Proyecto Microbioma Humano, un proyecto internacional que pretende secuenciar el ADN del conjunto de bacterias que viven en el cuerpo humano, para saber cómo, nuestro huéspedes invisibles, interactúan con nosotros. Y es que resulta que la mayoría de ellas batallan a nuestro favor. En la naturaleza hay un millón de especies de bacterias, pero sólo el 1% es nocivo.
Sin embargo, Guarner apunta a la paradoja de que sabemos mucho de la pequeña minoría de microbios "malos", que nos hacen enfermar. A la vez, desconocemos casi todo sobre la gran mayoría de microorganismos con los cuales convivimos en paz, y que incluso serían esenciales para nuestro bienestar, según apuntan todas las observaciones.

El lado oscuro de la higiene.
Las primeras sorpresas sobre cómo las bacterias interactúan con nosotros llegaron en los años sesenta del siglo pasado, en plena carrera espacial. Entonces, los científicos se plantearon cómo hacer que los astronautas fueran inmunes a toda contaminación bacteriana. A la vez, se soñaba con crear un mundo libre de microbios en el espacio. Con estos objetivos en mente, los investigadores empezaron a criar ratones germ-free, es decir, libres de microbios. Estos animales nacían por cesárea para no contaminarse con los microorganismos de la vagina de la madre y, después, eran introducidos en una burbuja aséptica. Desde entonces, todo aquello que entraba en la burbuja era esterilizado. Incluso la comida pasaba por rayos gamma, que mataba todos los microbios. Uno podría imaginar que estas condiciones garantizaban a los ratones una salud de hierro. Sin embargo, los científicos vieron enseguida que no era así. Comparados con sus congéneres "convencionales", comían mas y crecían menos. Por si fuera poco, eran incapaces de digerir las fibras y el azúcar, según explica Sylvie Rabot, responsable de una de las pocas granjas experimentales de ratones germ-free en Europa, la del francés Institut National de la Recherche Agronomique. Y tenían corazón, hígado, pulmones y ganglios linfáticos mas pequeños, y menor cantidad de inmunnoglobulinas y linfocitos. Pero la diferencia principal con los ratones normales es que eran extremadamente susceptibles a las infecciones: si salían de su mundo aséptico, eran incapaces de hacer frente a todos los microbios presentes en el ambiente, y sucumbían a ellos.

Lo que los microbios hacen por nosotros.
En general, animales y bacterias conviven desde hace millones de años. Un estudio de 2008, publicado en Science por la bióloga Ruth E.Lay y otros investigadores estadounidenses, demostró que, comparando entre 80 especies distintas, la mayoría de las bacterias eran muy parecidas. Esto sugiere que estos microorganismos colonizaron a los animales hace centenares de miles de años y que esta dotación de bacterias les acompañó a lo largo de sus cambios evolutivos. Es más, probablemente la propia evolución de los seres vivos fue condicionada por la presencia de las bacterias.
Todo apunta a que el bacterioma, o microbioma, es decir, el genoma de las bacterias que nos habitan, ha acabado jugando un papel esencial para el funcionamiento de los organismos.

De las funciones que realizan, cobra especial importancia las relacionadas con la digestión. No es casualidad que el 95% de las bacterias se encuentren en los intestinos y jueguen un papel esencial en el procesado de la comida. Son capaces de disminuir el potencial tóxico de un alimento; por ejemplo, procesando las partes quemadas de la carne a la brasa. A la vez, son capaces de sacar lo mejor de lo que ingerimos. Por ejemplo, convierten el te, el vino o la soja en antioxidantes.
En abril de 2010, un estudio publicado en Nature por Mirjam Czjzek, de la Estación Biológica de Roscoff (Francia), demostró que la dieta rica en algas de los japoneses ha favorecido la transferencia de algunos genes típicos de las bacterias marinas a una bacteria presente en el intestino de esa población. Gracias a esos genes -y la bacteria intestinal-, los japoneses pueden digerir más fácilmente las algas. Una "disbiosis" -es decir, una distorsión en el microbioma- puede obstaculizar estas valios tareas. Enfermedades de la alimentación, como por ejemplo la obesidad, podrían explicarse -al menos en parte- a partir de desequilibrios en el microbioma, aventura Francisco Guarner. Pero la función de los microorganismos va más allá de la alimentación. La exposición temprana a una gran variedad de bacterias resulta esencial para despertar el sistema inmune e adiestrarlo para lidiar con los patógenos. Naturalmente, es importante que estas bacterias sean de las "buenas", ya que las nocivas pueden resultar letales.

Sin embargo, según explica Guarnes, la artificialización del medio en el que vivimos, el exceso de higiene y el alejamiento de entornos naturales limitarían el alcance de este adiestramiento.
Según la hipótesis de la higiene, esto podría explicar el crecimiento experimentado en los últimos años de la incidencia de ciertas enfermedades del sistema inmune, como la colitis ulcerosa y la enfermedad de Chron. Al fin al cabo, ambas son distintas manifestaciones de la enfermedad inflamatoria intestinal, un síndrome que ha crecido constantemente desde los años cincuenta del siglo pasado y que ahora afecta al 1% de la población europea. También las alergias, la diabetes de tipo I e incluso la esclerosis múltiple se han vinculado con problemas en el bacterioma. Algunos investigadores han aventurado también que las bacterias serían capaces de soltar en la sangre componentes capaces de alcanzar el cerebro, modulando el estado de ánimo: la depresión, o incluso el Alzheimer, podrían tener algo que ver con el microbioma. La investigación en estos frentes sigue abierta. Mientras tanto, queda claro que convertirnos en ratones germ-free no es lo que más nos conviene.

Fuente sustraida de la revista Redes.




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